El hada del lago
Había una vez un lago donde, escondida dentro de una cueva, vivía un hada espléndida.
Sin embargo, ninguno de los habitantes del valle la había visto nunca, pues era muy hábil para esconderse y, si era necesario, transformarse en algún animal para escapar de la gente.
Pero todos la habían oído cantar, su voz era tan hermosa y armoniosa que, hasta en los días más duros de trabajo, parecían más ligeros escuchándola.
Un día dos pastorcitos que cuidaban sus ovejas escucharon la voz del hada cantando. Estaba tan cerca que los dos se escondieron detrás de un árbol por miedo a ser vistos, y de hecho al cabo de un momento apareció en el prado la hermosa hada de cabello azul marino.
El más pequeño de los dos exclamó:
– ¡Es el hada del lago!
El mayor no tuvo tiempo de cerrar la boca que el hada volteó hacia ellos, sorprendida.
El hada en este punto huyó rápidamente y se refugió en el bosque.
Los dos pastorcitos intentaron en vano perseguirla, pero era demasiado rápida y al cabo de un rato ya no la podían ver, se había ido.
Los dos corrieron a su casa, querían contarles a todos sobre el encuentro con el hada, pero apenas entraron a la casa escucharon que su padre le decía a su madre:
– Hoy en cierto momento el hada del lago dejó de cantar… nunca más la escuchamos, llegar al final del día sin su canto es realmente difícil…
Los dos pastorcitos se miraron, tal vez el hada había dejado de cantar por su culpa, pensaron ambos, y se quedaron callados.
Y en efecto desde ese día el hada ya no cantó más, y todos los habitantes del valle se sintieron cada vez más tristes y cansados por el arduo trabajo.
A todos les faltaba el canto del hada.
Los dos pastorcitos pensaron que lo habían cambiado y decidieron arreglarlo.
Comenzaron a buscar la cueva de las hadas por todo el lago, hasta que un día mientras exploraban una, escucharon sollozos de lágrimas saliendo del fondo.
– ¿Hada dama del lago? Dijo el mayor de los dos pastorcitos.
– ¡No te acerques! ¡¿Qué quieres de mí?! Respondió el hada llorando.
– Solo queríamos disculparnos por la otra vez, no era nuestra intención asustarla…
– No tenía miedo… ¡es que me viste!
– Discúlpanos si te vimos, solo teníamos curiosidad y…
– ¿Pero por qué no quieres que te vean? ¡Ella es muy hermosa! – interrumpió el pastor más joven.
– ¡No es cierto! – respondió el hada, llorando aún más – ¡Soy horrible!
Los dos pastorcitos se miraron asombrados.
– ¡No, no señora hada, ella es realmente hermosa! – continuó el más pequeño.
– ¡Cómo puedes decir que soy hermosa con este horrible cabello azul! Todas las demás hadas tienen el pelo dorado, mientras que yo tengo el pelo color mar…- y estalló en otro llanto.
Los dos pastorcitos se quedaron boquiabiertos ante esa extraña explicación. Para los dos, el hada era la mujer más hermosa que jamás habían visto.
– Créeme hada señora que para nosotros es hermosa… y luego tu voz lo es aún más, como ya no la oímos cantar, todos los habitantes del valle están más tristes…
El hada dejó de llorar lentamente.
– ¿De verdad sin mi canto todos los habitantes del valle están más tristes?
Los dos pastorcitos asintieron vigorosamente.
El hada se quedó en silencio por un momento.
– Y a pesar de mi cabello color mar, ¿de verdad crees que soy hermosa?
Los dos pastorcitos asintieron aún más enérgicamente.
El hada los miró a los ojos, no mentían.
– Si prometes no decirle a nadie dónde está mi cueva, volveré a cantar para todos los habitantes del valle.
– ¡Nosotros prometemos! Los dos pastorcitos dijeron a coro.
El hada sonrió, y los dos pastorcitos, llenos de alegría y orgullo por haber resuelto el asunto, comenzaron a saltar y gritar de alegría.
Los dos saludaron al hada e inmediatamente corrieron hacia la casa, y después de unos pocos pasos, escucharon la maravillosa voz del hada detrás de ellos retomar el canto.
Todos los habitantes del valle, al escuchar de nuevo el canto del hada, se detuvieron a escuchar encantados. De repente todos volvieron a estar felices, y esa misma noche dieron un gran festín en honor del hada, con canto, baile y un gran banquete.
Y los dos pastorcitos eran los niños más felices de todos.