El lago espejado
Todas las mañanas, Pablo le insistía a su abuela María Luisa para que lo llevara al Lago Espejado, los niños y no tan niños, no dejaban de comentar lo mágico que era ese lugar. Al parecer, luego de pensar un deseo con los ojitos cerrados y todo el corazón puesto en tu deseo, éste se cumplía al poco tiempo.
Los habitantes de este pequeño pueblo se veían muy contentos porque sus deseos comenzaron a cumplirse, los niños poseían cada vez más juguetes, y los adultos tenían cada vez más cosas, pero Juan no estaba tan seguro de que todos los deseos debieran cumplirse. Por eso, insistía tanto en ir al lago y comprobar por su propia cuenta si los malos deseos también se cumplían. Aquella noche cuando ya su abuela dormía, y todas las casitas del pueblo comenzaban a apagar sus luces, Juan se deslizó silenciosamente por las escaleras y puso en marcha su plan… deseando que el pueblo desapareciera con sus casas, pero tristemente su deseo se hizo realidad y sus casas desaparecieron juntos con sus habitantes, y Juan pensó que los deseos a veces no deben hacerse realidad.