El león y el ratón
El tamaño y la fuerza sí importan, pero a veces una ayuda valiosa puede provenir incluso de un ratón pequeño
La fábula de Esopo de El león y el ratón tiene algo que enseñarnos a todos.
Muestra cómo, en determinadas situaciones, incluso los pequeños (el ratón) pueden ser de gran ayuda, y cómo los grandes y fuertes (el león) son recompensados si dejan de intimidar.
Érase una vez, en el gran bosque, había un majestuoso león, descansando a la sombra de un gran árbol.
Estaba comprobando si había alguna presa a lo lejos que pudiera cazar, pero en ese momento no vio nada de interés.
Así transcurrió la tarde lentamente. En el horizonte no había presa que cazar y el vientre empezó a gruñir de hambre.
– Tal vez sea mejor que me mude de aquí y me vaya de cacería a otra zona – se dijo a sí mismo, bastante molesto por la idea de tener que levantarse.
Pero justo cuando había decidido levantarse e irse, aquí hay un ratoncito corriendo justo en frente de sus patas.
El león aprovechó la oportunidad y, con un chasquido felino, bloqueó la cola del ratón con su pata.
El ratoncito, que esperaba no ser visto, comenzó a chillar desesperado al sentir que lo bloqueaban.
El león ya esperaba con ansias el bocado como aperitivo y se lamía el bigote.
Pero el ratoncito, con lágrimas en los ojos, comenzó a rogarle.
– ¡No me coma, señor león, por favor no me coma!
El león sonrió y comenzó a tirar del ratón hacia él con la pata.
– No me coma, señor león – continuó el ratoncito – No le daría por satisfecho que durante unos minutos he sido tan pequeño.
El león pensó que esto era cierto: ese ratoncito saciaría su hambre el tiempo suficiente para levantarse de allí.
– Y entonces mis huesitos correrían el riesgo de ir de costado en tu garganta.
Eso también era cierto, pensó el león, que dejó de arrastrar al ratón hacia él.
– ¡Si me dejas ir te estaré agradecido de por vida! – dijo finalmente el ratón.
El león, movido más por el esfuerzo de tragar aquella comidita que por la piedad del ratón, lo soltó.
– Anda ratón, tal vez algún día nos volvamos a encontrar…
El ratoncito agradeció solemnemente con grandes reverencias y besos con las patas, y luego desapareció entre los matorrales del bosque.
El león finalmente decidió ir en busca de otra presa. Caminó hacia el bosque, pero después de avanzar un poco, de repente una atadura hecha de cuerda lo atrapó.
El león comprendió de inmediato que esta era la trampa construida por algún cazador, y sabía muy bien que no había escapatoria de ese tipo de trampa.
El león tiró con todas sus fuerzas para intentar liberarse, pero cuanto más tiraba, más se le apretaba la atadura a las patas y le hacía daño. Después de muchos intentos, el león se resignó y comenzó a esperar su destino.
Pero de repente sintió que algo trabajaba en la cuerda.
Miró más de cerca y notó que el ratón de antes estaba tratando de cortar la corbata con sus afilados dientes.
– No se preocupe, señor león, pronto volverá a ser libre.
El león se sorprendió por el gesto del ratón. Nunca esperó que una mascota tan pequeña pudiera salvarle la vida.
– Mi Mickey Mouse, te he perdonado la vida, y ahora tú salvas la mía, ¡esto te hace un gran honor!
Mientras tanto, el ratoncito trabajaba rápido, y en unos momentos el león estaba libre.
– ¡Señor león, cuando das tu palabra de honor, la cumples!
– Claro mi ratoncito y yo te agradecemos mucho por haberme liberado de esta terrible trampa. Ahora estamos empatados, y durante toda mi vida yo también te estaré agradecido.
Los dos se despidieron y cada uno se fue por su lado.
Pero el león había aprendido una lección muy importante: hay que ser amable con todos, incluso con los más pequeños de los seres vivos, porque de ahí podría venir la ayuda más importante en la vida.
Moraleja: incluso los más pequeños pueden ser de gran ayuda, y los que son grandes y fuertes no deben intimidar.