La flor triste
En uno de esos árboles robustos que adornan las veredas, había llegado la primavera, y se encontraba repleto de flores. Cientos de ellas, todas muy parecidas, y sólo se diferenciaban unas de otras por su tamaño. La gente al pasar se admiraba de la belleza de esas flores, y tomaba las que podía del árbol para llevarlas consigo.
Pero una de ellas estaba triste, era la flor triste, porque en el sitio donde estaba, demasiado alto en el árbol, y demasiado oculto, nadie podía verla ni recibía elogios. Los enamorados pasaban, y tomaban una flor para sus amadas, o varias para hacer un collar o una corona.
El viento suave a veces soplaba, y hacía que algunas flores se soltasen del árbol, yendo a tener a la vereda, y engalanando el camino de las personas que por allí transitaban. Pero a pesar de los esfuerzos de la flor triste para soltarse, nada ocurría. Pensaba la flor triste que a ella nadie la querría “¿Quién me va a querer, si paso la vida oculta aquí dentro?”, pensaba. Las semanas pasaron, y la flor se fue quedando dormida, fija a su rama, en la tristeza de pensar que otras eran admiradas, queridas y que adornaban a las personas y los caminos. Sólo se acercaban a ella insectos y pájaros a beber su néctar.
Cuando despertó, se sentía bastante rara. Se dio cuenta de que se había puesto muy pesada, u sentía un objeto duro dentro de sí. Miró a su alrededor, y se miró a sí misma: ¡Ahora era un fruto! Los pájaros e insectos la habían polinizado, y se había convertido en un durazno. Y en uno muy grande. Se dio cuenta de que la gente le veía con agrado. Ahora sabía que haber estado oculta le protegió lo suficiente para permitirle crecer. Pronto alimentaría a algún otro ser vivo, y ¿quién sabe? La semilla que llevaba dentro podría dar vida a otro árbol, en otro lugar.